entate, dejame que te escriba. Sí, ya sé, lo que quería era que te sentaras acá, a mi lado, como yo te estoy imaginando ahora, a verme escribirte; imaginate, imaginanos, jugá un poco carajo, preparemos esto que es muy serio con un cacho menos de esa tristeza que desborda acá en mi cama y allá donde se te antoje. Cómo lastima esta birome sobre este papel y a esta hora, de eso no te vas a poder dar una idea por más veces que releas esto. Subliminal sugerencia para que no quemes ni rompas estas líneas así como así, lo admito antes de que lo señales. Duele tanto que sólo me resta disfrazar estos momentos de calor, de compañía, de tus mates que me cebo solo como buen buey, porque es un esfuerzo infernal llegar hasta el renglón de abajo sin que tu mirada se entrometa y luego digas algo aunque no viste ni dijiste. Me arrastro un poco más y ya ves, de golpe lo logro y también tu mirada que ya es parte del juego, entre casillerosrrenglones, dadospalabras, biromesjugadas y amantespiezas; así se juega a esto, vos lo sabés tan bien como yo y poco importa ella que no sabe moverse dentro si no es de tu mano, tal vez sea por eso que apareció, ¿de qué otra forma, no? Nunca fuiste de los que privilegian la estética de revista, aunque, belleza obliga, debo reconocer que no es eso lo que le falta precisamente. Pero igualmente, creo que lo único que me cierra a esta altura es lo primero que te conté, definitivamente tiene algo que ver con la docilidad (que siempre me costó en cualquier ser humano, incluyéndote en los primeros puestos si hiciera una lista), me niego a creer que hayas adquirido nuevos apetitos siendo el parco puercoespín enamoradizo que sos. A esta altura los dos sabemos (frase mentirosa, arrogante, ¡maravillosa!) que nada de lo que diga aquí podrá prorrogar el juego, cuando termine con esto espero que se siga pareciendo a mi idea original de un homenaje post mortem sin faltarle el respeto a las cenizas que ya de por sí están demasiado revueltas; por eso me animo a confesar que mentí al decir que el día que los tres nos encontramos te sorprendió, te lo vi en esa cara que todavía me puedo imaginar con una nitidez tremenda. Acaso por sadismo te recuerdo una vez más que me podés mentir con el cuerpo o con la palabra pero no con ese rostro de eterna o etérea niña, perdón pero se me han mezclado los adjetivos a esta altura. Yo, en cambio, estaba más sosegado, lo que no quiere decir dichoso ni mucho menos. Tarde o temprano iba a ocurrir eso, llámese vos encontrando indicios más o menos explícitos o yo porque tenemos que hablar. Obviamente la que más desamparada quedó fue ella, y es lo que lamento e intento reparar todavía, si bien es casi seguro que será en vano. Sabiendo cómo soy yo y cómo sos vos, ya te habrás imaginado cómo es ella y bueno, ni hablar de la culpa que se ha cargado sobre el lomo desde se dio cuenta dónde se había metido... o dónde la había metido yo, sería más justo decir eso. También te habrás imaginado que no me era fácil explicarle lo difícil de una ruptura que ella entendía como imperiosa, no tanto por el triángulo en el que andábamos bailando sino por tratarse de una mala mula enamoradiza como vos. Claro que no está bien que yo te ande contando estas cosas siendo que lo menos que pueden llegar a generarte es indiferencia, acaso amanecí con la esperanza de que ya estés lo suficientemente convencida de que no valgo nada, de que el mundo sigue girando tan rápido como a vos se te antoja y tantas certezas que ni yo ni nadie (espero) puedan quitarte. Estarás de acuerdo en que no sería digno de mí intentar despertar tu compascomprensión por ella o por mí, mi llegada a ella no es la causa sino la consecuencia (precoz, lo admito) de este juego; demasiado tiene con la cruz que se ha hecho y mejor dejarla en paz porque comprendo perfectamente que si no era ella iba a ser cualquier otra, me podrás tildar de cualquier cosa menos de ingenua. Tan lógico me había parecido todo esa tarde y aun así tan desgradable, tan cliché, que todo fuera de tu figura es olvidable y sustituible en el recuerdo que tengo: una tarde cualquiera de un día cualquiera en una plaza cualquiera a la sombra de un árbol cualquiera entre unos brazos cualesquiera y bajo unos labios cualesquiera. Siempre has sido tan original en tu corazón de hombre que no veo cómo fue que me terminaste regalando esa foto tan gastada con la que sólo los pavos se empeñan en seguir ilustrando el desengaño en pleno siglo XXI. Acaso lo más singular allí haya sido la expresión de ella, que supo lo que pasaba, la jugada que vos habías hecho hace rato y lamentablemente yo sospechaba hace tanto también. La cuestión que no resolví entonces es si la habías instruido sobre mi existencia o si la movías en la tiniebla dentro de la cual se hubiera arrebujado ante mí como ante cualquier otra mujer que se detuviera ante ustedes entre distraída y cabizbaja. En realidad no me hace falta que me aclares nada de eso, seguro que no habrás renunciado a tu buen corazón ni poniéndome cuernos, ja; le habrás mostrado mi foto, la habrás acostado en mi cama, le habrás hablado de mí con la misma devoción con que lo harías entre tus amigos, en un juicio oral y público o con la operadora del 113, todas esas imágenes de sustitución que tu mente tal vez haya ido dibujando con ironía y con malicia hasta poder sentirte la Insustituible que eras al principio del juego. La verdad queda al desnudo casi tan rápido como vos... y si con este chiste todavía no te deshiciste de esta página me acabo de asegurar de que lo que resta decir será mucho más ameno y sencillo de leer, je. Seguís siendo la Insustituible, la Única o como más te guste. Lo que yo con ella fue muy distinto de lo que yo contigo, me río y te reirás -aunque cada uno por motivos distintos y bastante lejanos a la alegría- al imaginarme yendo hacia ti como fui hacia ella y como ella vino hacia mí. Así que mejor esquivar comparaciones, no porque sean imposibles sino por lo grosero e inútil de las diferencias, por evitar esos pinchazos en el pecho que eran la quintaesencia del juego hasta que empezó a agotarse(nos). Hace un tiempo empecé a verte desde otro lugar, acaso desviando la atención del tablero de manera excesiva y entonces tal vez fueron las pistas que mencionaste durante la tarde siguiente; hace un tiempo que eras más Lejana que Insustituible, ahí en el parque incluso creí que estabas más pendiente de cómo iba a no importarte que de la procesión que iba dentro, mezcla de la decepción que ya te mencioné y tal vez de lo escandalosamente tranquila que me sentía mientras caminaba antes de encontrarlos. De ahí me fui encabronando más con cada cuadra que pasaba entre la fotito y el departamento a donde te previne de volver en cuanto colgué el abrigo y descolgué el teléfono. Pasé toda la noche en vela esperando tu reacción a ese llamado, sentada como un zombie, pensando al mismo tiempo como una estúpida si los zombies se sientan, pensando en vos, en el vacío que había en el sillón y luego en mí y luego en que no era una estupidez, un reproche o una súplica el contarte todo eso. Pero no viniste esa noche ni tampoco la mañana siguiente, recién a la tarde mostraste tu cara de c'est fini ma chérie, buscaste tus cosas por no buscar tus palabras, ahorrándote una escena que no iba a ser la primera y ni siquiera terminó siendo la última, como si a mí me encantaran esos despliegues de silencio oprimido, abrazos a destiempo y frases en clave de llanto, esa esgrima que con tanto esmero practicamos durante todo este tiempo y a la que creo que nombré amor sólo por el pudor de ver que era lo único a lo que estabas unida, un compromiso con y sólo por el juego. Por eso una carta sí y un llamado no y un café menos y una vuelta por tu depto ni en pedo, porque sería volver a sentarnos delante del tablero, volver a las mismas jugadas, miradas, suspiros, caricias y palabras, todas manchadas e inservibles mientras sigamos -recién hacia el final de esta carta sospecho que yo también- interesados en los pinchazos. Tal vez desde el sentimiento nos volvimos demasiado diestros, porque fue esa habilidad la que se emancipó hasta reducir toda tu sensibilidad a tu pecho y tu espada, porque lo que siento ya no es capaz de moverme hacia tu pecho ni para pincharlo ni para apoyarme ni para nada. No me queda lugar para salvar mi orgullo ni el tuyo, esta carta es para un final triste o para nada, sin diálogos, sin esgrima y sin olvidos ofendidos.

Se sabe que el correo tradicional, con sus sobres y estampillas y paquetes, se ha vuelto impopular y ha caído en desuso, al punto que varios especialistas pronostican su inexorable desaparición. Se sabe que la gente detesta la lentitud de sus mecanismos y desconfía de sus buzones y sus carteros. Muy pocos de ellos sospechan cuán peligroso es el camino que recorren ciertas cartas y sus terribles destinos






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