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 las formas que dibujan las nubes. O los por qués sin resolver de esta existencia nefasta. O si el Revolver era una genialidad. También siempre le discutí a todos que Harrison porque Lennon, pero jamás pronunciaré Ringo. Y tan sólo me basta con mirar atrás para verlas enterrándose en la arena. Una a una, tan inútiles ahora sobre el mar rojo, el agua–sangre. Y todo lo eterno se conjuga en ésta efímera existencia. Una simple Sinrazón, un simple Sinsentido. Y un absurdo correr montaña arriba mientras que atrás quedan el humo, las marcas y los restos. Y a nosotros nos basta con llegar al puente, el primero de tantos, para frenar y sentir que duele. Y como niños desearemos decir "hey, basta, me duele". Esos parátes, esos segundos de eternidad marchita en la que el cuerpo gime, se contrae y sólo queda recordarla una y otra vez. Mother superior jump the gun, quizás la melodía más hermosa del universo.

Uno nunca va a poder pensar con la misma casualidad con la que habla. Ahora que de golpe estoy caminando en la vereda roja y doy interminables vueltas a la manzana de infinitos pliegues, mi espíritu se conjuga con mi existencia para recordarme cuan azul es el cielo. Pero jamás termina, jamás concluye el supuesto círculo de esta manzana eterna y mientras miro el cielo (tan, pero tan) azul, las casitas de colores son una invasión desde todos los flancos para mis sentidos. ¡Qué gracioso, una invasión!... No, no me importan ya las historias de carrusel barato ni la interminable canción de la calesita. Poco menos pueden llegar a interesar las hamacas de plaza desolada o los nogales inmensos. Ni mucho menos la forma del banco mirando al mar, mirando tan inseguro al mar por miedo a ser devorado en una sola ola de rabia. Tampoco interesan la pollera blanca ni la cara entre las manos, o si Celeste lloró 30 milímetros cúbicos de saladas lágrimas ese día. ¿O habrán sido 37? -¿Por qué llorás, nena? ¿Por qué llorás?

-Ya está delirando, ¡hay que apurarse, che!

-Sostenélo fuerte vos, fíjense si tiene fiebre, vamos, vamos gente...

Así, es la única forma. Mis manos se aferran a la camilla y mis piernas se entierran una y otra vez en el barro. Una preciosa lluvia me lava la cara, el cuerpo, hasta el alma. Y está Medina, sosteniendo los pilares de este derrumbe. Siempre ahí, siempre para todos, nos lleva de la mano, nos cuida como la poca familia que podemos llegar a representar. Pero no huele a familia, esto no huele a familia y no es por culpa de Medina, pobre, que hace tanto por nosotros. Esto huele a barro, sangre y humo. Tanta tristeza y a mí que me rodean las melodías que se escapan de los primeros discos de Coltrane, esas que se sienten en el hígado, como todo lo que realmente se siente cuando lo que se siente se hace tan corpóreo como una cosquilla. ¡Como soplaba el muy infeliz! Soplaba con un sentimiento que nadie había escuchado antes, como si el aire le saliera del alma y no de los pulmones. Y ahí quedan dando vueltas por mi cabeza, esas melodías que estuvieron desde el principio. Que se quedaron y sobrevivieron a la explosión de color y los silbidos acompañantes y ahora que se me va el zumbido rezo porque se queden, les pido a las melodías (que se escapan como todas, esa es su vida: viajan de cabeza en cabeza y es tan precioso su trabajo de acoplarse al estado de ánimo de quien sea, ir de acá para allá acompañándonos) que se queden un ratito más. Un ratito más.

¿A quién le pueden interesar las veredas en altamar que crucé hasta encontrarla? Porque en una ciudad de Brasil hay una ley que dice que las veredas enfrentadas deben estar pintadas uniformemente de dos colores distintos, entonces uno va por dos veredas (una caminando y otra observando) todo el tiempo y sin darse cuenta un día se cruza y chau, se acabó. Y es gracioso lo bonito de algo tan simple como el amarillo y el rojo, y tanta es la belleza del verano abrazándonos con el sol entre las manos, el sol en el pelo, el sol en los ojos... tantas lágrimas en los ojos -¿Por qué llorás?- Basta con ver las veredas, con observar el cielo escampado, el sabor del cigarrillo, y basta con ese instante para que al bajar la vista la vea tan sola en el banco que queda enfrente; cruzo a la vereda (la amarilla) a buscarla, y estoy frente al mar. -¿Por qué llorás?- ¡Tan descarada mi pregunta, tan descarada y fuera de lugar! Pero me corroe el alma, entre tanta belleza, díganme, ¿acaso es necesario llegar al cenit de la vida para entenderlo? ¿A ese punto del que sólo queda bajar con el cuerpo curvado y en infinita gracia? Como una hoja seca, dando las vueltas del espiral que dibuja una y mil veces porque todas las hojas son la misma. Damos las vueltas y bajamos círculo por círculo con la dignidad de una hoja que sabe que jamás volverá a ser verde y que lo único que le queda es posarse en el suelo a descansar. Nos cruzamos a la vereda amarilla, a la de enfrente, donde nos espera la nena que llora en un banco tan blanco mirando las olas.

-¡Al suelo! ¡Bajen, bajen, bajen!

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