sí, de golpe, todo lo extraño revolotea entre las puertas del balcón; la llevan a un castillo, a una torre o a un jardín de sábanas azules. Entonces alguien sale, avisa que ya está listo el café; que entre que están todos en la mesa y ella que mira, ella que se pierde entre las ramitas de los árboles luchando contra los cables de la luz. Pero si se está tan bien así, en los balcones desolados de estos inviernos; en los techos de los sin tiempo donde se posa a veces una paloma y el cielo se tiñe infinitamente de rojizos, de anaranjadas nubes culpa de las luces de la calle, tan amarillas, tan dobladas a veces. Habrá que sacar una foto, habrá que dejar que el bulbo haga de las suyas y ver pasar la luz por el diafragma. La luz hundiéndose hasta el final en la película, y terminará entre rollos y rollos jamás revelados, escondidos en los cajones de la cómoda amarilla; la que está debajo de la foto de Björk.

De cuando en cuando pasa un señor de paraguas negro, siempre por la misma calle, en la misma dirección. Una procesión sin sentido exacto, sin razones; ya van cuatro, cinco o tal vez seis, ella no lleva la cuenta. Pero son estos los casos en los que el tiempo aparece como suerte de cosa firme, pero sumamente elástica. Son también estos trances donde se ve el lado más vicario de la existencia y es como un mantra, como una suerte de cólera imprecisa transmutada, figurativa que se esconde entre las ramas y se disfraza de viento; un poco de lluvia ahora, y ahí va otro, otro más con su paraguas negro e impermeable azul. Pero hasta dónde llegan, ahora con café en mano se pregunta por dónde andan, de dónde vinieron y por qué están con ella ahí. Un gato llamado Platón se le sube a la falda, dormirá ahí una o dos horas.

Ahora pasan dos más, son como dos islitas nadando entre los charquitos de la vereda rota; y Platón miyi miyi, miau miau kitten se sube al árbol de un salto para verlos pasar y perderse hasta el fondo por esas callecitas, las mismas en las que se habrá perdido Roberto Arlt en algún momento. El eterno retorno, piensa Claudia al tiempo que se estira para colgarse sobre la baranda, ahí van dos más, dos figuras borrosas que jugando al sinsentido caminan, saltan por ahí; y otras tres, cuatro y hasta quince dando vueltas. Los hacen girar, los cierran y los abren en una coreografía precisa y los levantan, los levantan para ver si pueden tocar el cielo. Entonces caen, caen chorreantes, sucios, usados, felices.

Ah, kitten cat, si vos supieras –dice ella, al tiempo que enfoca el bigote de su gato y presiona decididamente el disparador de la cámara; uno, dos, tres, quince-. Pero es raro verte y ver que me mirás como si entendieras de alguna forma. Entonces vamos, los vemos los dos y es un cuadro hermoso, kathy cat. Son tantos, son como numeritos con paraguas en mano, yendo y viniendo que vos no entendés los porqués, gatito, no los entendés. Y allá adentro es sencillamente fatal, no se puede estar, no estando tan bien acá, así. Pero igual va a haber que entrar, gatito, va a haber que entrar.

Les gusta tanto dar vueltas –piensa Claudia, ya adentro, ya con más café y con Platón miau miau en la falda-. Jugar, meterse, salirse o hasta enroscarse y redefinirse de la manera más efímera. Entonces pegan un salto salen por el tobogán de la lengua: Ahí están, que pum, que paf, que por esto y que lo digo yo. Lo digo trágica y fatalmente yo; con la autoridad que me confiere mi propia persona. Que más vueltas, que la tele prendida y que vos no, no vas a ir que sos muy chica y los paraguas negros, todos negros y ellos de impermeables azules. Y que el gobierno de la Provincia de Buenos Aires acompañado de la subsecretaria de vaya una a saber qué. Cómo para que no, si hasta los artistas hoy en día componen mirando los noticieros, los diarios y calláte nena que ahora va hablar Mariano Grondona. Entonces para qué, dice Claudia. Si era tan fácil como treparse por el árbol al que alcanzaría desde el balcón, y entonces bajar con Platón en brazos y abrir, ella también, el paraguas e ir todos hasta la gran plaza y sacar fotos, muchas fotos en sepias, grises, blanco y negro y algunas a color; o también con filtros azules y blancos. Dar vueltas el paraguas, abrirlo y cerrarlo de acá para allá, todo en una especie de unísono ensordecedor, y el del noticiero diría que son como casitas que dan vueltas y giran, que suben y bajan pidiendo, gritando, llorando y hasta a veces sonriendo. Y todo con Platón cat kathy little kitten entre los brazos.

Justamente, el tiempo es elástico. Como una rigidez moldeable en la que de golpe ahí está, ahí va caminando con su impermeable azul y su paraguas negro, y una llovizna tan bonita, tan preciosa que cuánto le gustaría cerrar el paraguas y empaparse, mojarse hasta el último poro de la piel y de ahí seguir con la cámara alzada para enfocarlos, para verlos mejor o borrosos y después bajo la luz roja serán sepia o black n' white; y así se contrae el diafragma y la luz entra, salpicando al rollo una, dos, tres, diez veces hasta correr un poco entre la gente y dar vueltas de nuevo, y de nuevo uno, dos, tres y siete seguir ante los ojos de un incrédulo miyu gatito que tan cerca de la plaza pega un salto y se pierde entre la niebla, esa capa de incertidumbre que inunda a la ciudad cada tanto, casi siempre. Claudia corre, corre a buscarlo con el paraguas cerrado entre las cupulitas de la ciudad negra, de paraguas negros, mojados, brillantes porque hay un poquito de sol que es casi como un indulto. Ahí estás, kitten cat, me estiro te toco y te alcazo casi, y te toco, te agarro entre la ciudad de los paraguas negros, entre el humo que no es niebla y los pequeños estruendos, los ruidos y la corrida generalizada hasta llegar al borde, kitten kitty cat. Y desde arriba serán así los paraguas y los autos todos, la gran protesta.

Ahí estamos, ahí está la tarde nublada de los paraguas negros, siempre abiertos, siempre mojados, dando vueltas, kitten cat, hasta que uno a uno empiecen a caer; uno, dos, tres y veinte






     0 comentarios