veces parece que Siso no respirara, como si quisiera hacerle un regalo al silencio.

El estruendo de un viejo Ford le da trabajo al bastón de la vieja que, con inexplicable velocidad, se encuentra de nuevo en su puesto de vigilancia. La doña levanta la vista y se queda mirando al cielo. Como esperando que una nube la venga a visitar.

Un hombre lleva la vista al frente, encandilada, perdida; con sus ojos a mil kilómetros, llamándolo por control remoto.

El niño sentado en el cordón de la vereda juega con dos piedras. Se le pinta de sonrisa la cara. Se transformó en superhéroe.

Un perro con cara de botella hace malabares consigo mismo. Al segundo intento fallido por agarrar su cola supo que era imposible. En el tercero rompió la barrera de los trescientos sesenta grados y se convirtió en un collar hawaiano.

Con su cara firme en la ventana, la vieja pretende ser una obra de arte en el museo del mundo.

El sobretodo le hace de biombo y el hombre camina en piloto automático. La uniformidad de sus pasos es tan perfecta como triste. Un bolsillo le traga hasta tal punto la manga que pareciera limarle las uñas contra el piso.

Dos gotas le pican la cabeza al superhéroe, pero éste no se inmuta. Cosas más importantes lo requieren en otros mundos.

Con su rabo de rehén, quiso ir hacia el norte el cuadrúpedo. Volvía antes de llegar cuando olfateó en el suelo que pisaba y no había rastros del olvido.

De un movimiento lento pero intrépido, la vieja entreabre la puerta. Asoma un meridiano de su persona para que el espacio intente abrazarla.

Las manos se confabulan contra el hombre y, en un par de movimientos mecánicos y químicos, lo dejan fumando sin saber por qué. Con gesto de dragón las olvida para realizar una performance de placer Light y acostumbrado.

Los pantalones cortos del superhéroe desafían al clima y le dan cuerda a dos marujas que sacaron a pasear sus carteras.

Nada le gusta más al pichicho que hacer una pausa imprevista en su marcha. Con sus cuatro patas estiradas, alarga el cuello hacia el cielo. Altanero y con vista firme, ahora domina el paisaje. La ironía no hace más que mostrarle el collar.

Un sauce llorón de color blanco le crece en la cabeza a la vieja. En voz baja se escucha sola mientras, armada de una escoba, le saca la caspa a cuatro baldosas.

La esquina soberana vuelve al hombre poste. Mientras sus músculos rompen filas, el viejo Ford pasa gruñendo y le despeina la corbata.

El superhéroe compenetrado en sus batallas ríe victorioso en la vereda. Ni el viejo Ford ni la lluvia lograron aterrizarlo en la Tierra. Sin saberlo, se le nota el orgullo en una rodilla lastimada.

Los laterales del perro entablan un duelo reñido junto al árbol, antes de que éste se relaje y me mire.

Antes de que cayera la primera gota fue que la vieja pensó: "Lluvia". Sabía bien que, después de la cuarta vuelta, una cadera veía más que un ojo.

Desde la frente del hombre una gota me exige primer plano y se convierte en recuerdo antes de que pueda verla.

Un grito maduro y lejano le arranca la capa al superhéroe. Ahora el niño se incorpora y, con la mugre de escolta, atraviesa un portón. En el inconsciente, una aguja de reloj y otra lastimadura.

El perro sabía que aquel viejo Ford no sólo sería la excusa perfecta para faltar a la cita, sino que además alguien le dijo una vez que se podía matar al miedo con una sola mordida.


Se escuchaba un motor que aniquilaba al silencio cuando Siso levantó la vista.

"Creo que es un Fiat."




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