viernes, 10 de octubre de 2008

ellos

iempre creí que los asesinos, los violadores, eran "ellos". Siempre, al escuchar hablar del tema, dije "Oh barbaridad!", terminé de ver el informativo, y di vuelta la cara o cambié de canal. Siempre creí que esa gente era enferma y había que matarlos. ¿Cómo podría una persona tener tales sentimientos?

Hasta que la vi a ella.

- ¿Persona? ¿Qué es una... "persona"? ¿Vos sos una persona? -Me dijo.

- ¡¿Cómo que qué es una persona?! -Respondí algo indignada.

La supuse un tanto ignorante, pero después vi que yo misma no tenía respuesta inmediata. ¿Será que yo tampoco sabía? Confundida, le dije:

– ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Eh?

- No sé, vos sacaste el tema -Respondió seria, y hasta diría indiferente.

Nos quedamos calladas, mirándonos. Tenía sangre en sus ojos. La tenía, o yo la podía ver, emanando de ellos. Tenía sangre en sus uñas. La tenía, o yo la podía ver, en sus uñas desgarradoras, mutiladoras. Me recorrió un escalofrío. ¿Eran uñas o cuchillas? Me seguía mirando.

- Vos... ¿sos una persona? –Le dije tontamente.

- No sé. ¿Vos lo sos?

Entenderla se me hacia difícil, más porque sembraba una especie de miedo. Estaba fuera de los parámetros, o límites, que me habían enseñado antes... ¿Antes de qué? A ellos también se los habían enseñado antes. Antes de antes.

- ¿Por qué tenés esos sentimientos? ¿Qué pensás?

Me miró de la manera más cruda que me hubieran mirado jamás. Sus ojos podrían haber lastimado, sólo que los ojos de por sí no lastiman. Las miradas a veces pueden.

- No siempre pienso, la mayoría del tiempo sólo siento.

- ¿Qué clase de inmundicia sos, para sentir esas cosas?

Se rió, lo cual me molestó; sentí que me tomaba el pelo, que se burlaba de mí. Yo hablaba en serio. Esto era cosa seria.

- Niña... -Dijo- a vos te han enseñado hasta a sentir.

Yo, que siempre fui bien orgullosa, no podía escuchar esto sin casi explotar de indignación. Ya casi con ganas de llorar, callé.

- Decíme: Vos, como animal, ¿no tenés instinto?

- ¡No soy un animal!

- Es cierto. No sos más que otra de sus máquinas.

Esto pegó en el ego, sólo por cruzárseme la tonta idea de que ella pudiese tener razón... Una idea tonta, pero aun así, la muy perra ya me tenía demasiado ofendida. Ya no lo pude tolerar más. La golpeé con el puño, y se astilló en mil pedazos







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