a se acerca Nochebuena, ya se acerca Navidad, para todos los cristianos... y para los demás también, a joderse por minoría. Esto va a sonar cursi pero bueh, más vale ir a tono con la temporada: los días empiezan a tener un nosequé, un queseyó, un faladó, un Borocotó. Aunque sea por la fuerza, la ciudad se ha vuelto más amiga de la noche. De día es un amasijo pegajoso que apenas y se arrastra por las calles, preferentemente por la vereda donde hay sombra. Una vez que baja el sol, la mutación ocurre, mágica. Sólo basta que afloje un poco el calor, ni siquiera que refresque considerablemente. Entonces hay una descompresión. Las personas vuelven a latir y echan a andar, vigorosas. La noche es corta, más que antes, y hay que aprovecharla. El paisaje indudablemente ha cambiado. Los pinitos sintéticos se han multiplicado, como si se tratase de una maniobra en la que actúan como secuaces malévolos de esos grandes árboles luminosos que se han adueñado de cuanta rotonda hay en la Chicago.ar. Ellos deben ser los que están a cargo de toda esta agitación colectiva, vigilando por las noches con sus múltiples y multicolores ojos. Sus parpadeos son incansables. Sus motivos son una incógnita. Sus objetivos son inciertos. Susana no sabe si se lleva a Jazmín de vacaciones. Sus Papá Noel de barba, botas, gorro y traje rojo de algodón son desconcertantes. Pero una cosa es segura: volverán a fines del 2007 y del 2008 y del siguiente, hasta que un día... no habrá otro año hacia el cual mirar. Al finalizar el año nadie sabrá si el plan fracasó o tuvo éxito. Y ahí te quiero ver hacia dónde miran vos y tu paranoia.

El punto y aparte denuncia que la conspiración de los árboles de Navidad ha agotado su sentido... pero volverá. Todos estos devaneos tienen que ver con este ataque de epilogación que deriva del cierre del 2006 ¡Todos a epilogar, que se acaba el mundo! ¡Epilogue su vida, su perro, el árbol de la esquina, el lechón antes de que se eche a perder! ¿Se acabará el mundo esta vez? Según el infalible de Nostradamus el final iba a llegar en el 2000, pero no. No había llegado el 2 de enero todavía y toda la gente se paseaba por la calle como si nada, burlándose de la profecía del pobre de Miguel: le dijeron farsante, enemigo de la felicidad humana, alarmista de pacotilla, amigo de Neustadt. Algunos intentaron presentar cargos contra él, acusándolo de intimidación pública y apología de se-va-a-ir-todo-al-carajo-eh. Nadie supo reflexionar en esta sociedad hiperveloz, hipermercadista y perdón por los adjetivos. Todos dieron por pasado el escándalo sin pensar siquiera un segundo. Nadie supo dudar teniendo en cuenta la probada efectividad que había tenido el tipo hasta allí. Repasando, grosso modo, sus cálculos fueron hechos hace casi quinientos años. En el medio hubo cinco pasadas del cometa Halley, dos guerras mundiales, el estreno de Armaggedon y el campeonato de Racing con Mostaza Merlo; hechos insoslayables que con seguridad abrieron un cierto margen de error al cual la humanidad debería haberse atenido durante estos cinco años de conga, conga, conga. Y habrá que ver si sigue la milonga. Si tras las primeras horas del 2007 la Tierra sigue siendo dominada por la raza humana, si la Luna no se decidió a estrellarse contra el océano Atlántico, si Carlos Saúl I no estiró la pata, si los colectivos dejan de pasar sólo porque es feriado, si está por salir el sol y con él asoma la queja de "Uh, qué calor que va a hacer hoy"... entonces sí respiraremos aliviados. Entonces llegará la certeza –efímera, pero certeza al fin- de poder brindar sabiendo que Nostradamus la pifió, al menos por un año más.

[Si usted ha reparado en la relación entre la misteriosa conspiración de los árboles de Navidad y la dilación del fin del mundo como lo predijo Nostradamus, consulte a su médico de cabecera... ORATE]

Más allá de estos planteos apocalípticos altamente verificables, escasamente difundidos e injustamente desvalorizados, el escenario más probable será el habitual. O sea, nadie va a andar por el patio regañando a tías, abuelos y demases al grito de "¡Esperá a ver si se termina el mundo, che!". El fin de año se perfila para ser uno más, la Navidad se perfila para ser una más, esta Semana del Descorche (comúnmente denominada "las fiestas") probablemente transcurra en la más absoluta normalidad. Y es lógico que así ocurra. El mundo se puede acabar en este mismo instante, o en el que viene, o en el de acá a la vuelta. Inclusive nosotros, grandísimos humanos, hemos adquirido la capacidad de terminar con él. El problema es que se ha instalado la idea hollywoodense / religiosa / simplona (elija y condimente a gusto) de que el fin será instantáneo y espectacular. De ahí en más los guiones son variopintos. Puede tratarse de un codo que se resbala sobre un tablero de control y aprieta un botonete rojo, con su correspondiente exclamación: "Oh my God!". Puede bien cumplirse alguna de las tantas profecías religiosas, con gente bien vestida esperando la llegada del día del Juicio Final (no es cuestión de dejar la vida terrena como quien sale a buscar el diario). También están las que incluyen fenómenos meteorológicos, invasiones extraterrestres e incluso desaparición espontánea. Las opciones no se agotan con las aquí mencionadas y de hecho existe la interesantísima posibilidad de mezclar varios de los elementos que cada teoría propone. Por ejemplo: una raza alienígena -que originalmente había diseñado las pirámides y enseñado la escritura a los humanos- invade el planeta en cuatro naves similares a caballos, dispuesta a arrasar con la Tierra para poder armar un complejo turístico ¡Arme su propio fin del mundo por sólo U$S 199,95! (ADVERTENCIA: al finalizar su teoría, el mundo podría no llegar a su fin).

Todas estas fantasías sugieren que llegaría un momento en que el sujeto se daría cuenta del verdadero valor de su existencia, de lo precioso de la vida. Entonces, si el tipo sobrevive, no te quepa duda de que va a encarar la vida de otra manera. Va a vivir en serio ¿En qué consiste eso? Ah, bueno. A nadie se le ocurrió todavía un buen final que se corresponda por esa idea. Tiran los créditos mientras la gente se abraza entre los escombros, la música empieza a sonar y chau. Bueno, la versión no alarmista de este dilema se plantea a menudo en la vida de quien sea. Lo interesante del asunto es que hay un registro de la temporalidad que es común a todos. En marzo o junio nada nos lleva a todos sistemáticamente a replantearnos cosas porque sí. Si sucede, se debe a acontecimientos particulares de nuestros mundillos. Pero diciembre es diciembre para todos. Es el último mes del año. Se acaba. 31 de diciembre, mañana va a ser un día como cualquier otro, sólo pertenecerá a otro año. Es un detalle, una mera formalidad, un cambio de numeritos que se potencia por la coincidencia de millones en descolgar el calendario de la farmacia porque ya no sirve. Para todos hay una transición, algo que termina para ceder su lugar a otra cosa. Sólo en el marco de esa comunión adquieren sentido los balances del año, las promesas heroicas, las crisis de cualquier edad, los proyectos a largo, extenso e indefinible plazo. Ya no es sólo una trivialidad, una sensiblería o una moda.

Esta es una parte importante del síndrome de epilogación que es característico de las fiestas. No obstante, la mutación interna característica de esta época precisa primero de otro evento cultural fundamental. Exactamente, el 29 de diciembre, Día Internacional de la Diversidad Biológica. No, perdón. Es la que se mencionó al principio, la Navidad ¿Qué se puede decir acerca de ella? Todos saben que originariamente era una fecha de carácter netamente religioso. Luego fue perdiendo esa religiosidad –siguiendo rigurosamente el ritmo de la historia- hasta llegar a la versión actual, preñada de espíritu comercial y descuentos en lo que se te ocurra. En este momento de la lectura asegúrese de cerrar puertas y ventanas, ya que a la hora de hacer observaciones de este tipo suelen aparecer por cualquier lado los "dueños de la verdad", también llamados dominus veritas. Esta especie pertenece a la familia de los me-opongo aunque, obviamente, se niegan de manera rotunda a aceptar dicha clasificación. El dominus veritas es un aficionado a buscar las razones últimas de todo, un ser peligrosamente reactivo ante las cosas dadas, las tradiciones y cualquier otra cosa que no se le haya ocurrido a ella/él. Entre las frases características que pueden escuchársele en esta época del año están: "La Navidad es una mentira inventada por la sociedad de consumo"; "No quiero que me regalen nada porque no creo en eso" (observe cuidadosamente el vocablo que se utiliza para referenciar la festividad en cuestión) y variantes más extremistas como: "Muerte a la religión, a Papá Noel, a los Reyes Magos y a Julián Weich". Si le toca lidiar con uno o varios de estos esbirros, simplemente tome una hoja de papel, péguela en una pared a la vuelta de su casa. Luego dibuje una circunferencia cerrada y dentro de ella una A; no olvide prolongar los tres palotes de forma tal que los mismos excedan la circunferencia. Eso debería mantenerlos hipnotizados allí el tiempo suficiente para que usted termine de leer y vaya al baño sin apuro.

Porque más allá de la cuestión comercialoide, la Navidad implica otras cosas; cosas que están lejos de ser meros detalles o artilugios promocionales. Por X o por Y (Z queda descartada ante la carencia de una tercera dimensión en este lugarejo) la fecha se propone como un dar algo, que en todas sus formas no debería dejar nunca de ser afecto. Desde el regalo más caro hasta las palabras más comunes y los gestos más sencillos, todo pasa por pensar en el otro. Si bien hay muchas otras fechas que implican este "toma y dame", ellas son más específicas, piden relaciones e inclusive tipos de regalos determinados. La Navidad está por sobre todas ellas dado que carece de todos esos prerrequisitos. Es el día de dar por excelencia. De los 365 días que hay en un año, es el convenido para pensar, decir y hacer ciertas cosas por el que está al lado, en frente, arriba, abajo, antes, después e inclusive por el que no está. Desgraciadamente su efecto dura poco, apenas unos días más que una resaca (promedio). Para febrero ya hay que ver de quién te enamorás así no te quedás afuera de los próximos festejos, las vacaciones se fueron volando y hay que pensar en trabajar, estudiar, o bien en cómo huir de ambas opciones y ser feliz en el intento. Pensándolo bien, las cosas serían muy distintas si no nos hubiéramos puesto de acuerdo en circunscribir a determinadas fechas la bondad, la otredad, la solidaridad y tantas otras palabras que terminan en dad (excepto Hadad). Si se lograra aunque sea una mínima continuidad de todos esos valores, quién te dice... La cuestión es que por el momento no es así. Aunque sea quedan estas fechas como reservas excepcionales; de ahí tal vez su halo mágico, fabuloso, cuentístico. Dichosos los que puedan llegar a apreciarlas. Los que quieran denunciar una falacia atada a las lucecitas, la Iglesia, la pirotecnia y los centros comerciales, allá ellos. Pero se las estarán viendo con alguien de mayor tamaño. Si después de tanto tiempo sus dichos siguen teniendo valor y su figura sigue siendo célebre, el tipo no debe haber andado muy errado. Ya cerrando el 2006, vaya una mención especial para el responsable último de tanta diatriba irresponsable, el primer hippie de la humanidad...







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