martes, 21 de octubre de 2008

ring

Riiing! ¡¡¡Riiiiing!!! El despertador sonaba ruidoso y no lo apagaban. Su esposa estaba en otra habitación, preparando unos bocadillos para el viaje. El, por otro lado, había empezado a festejar antes de lo convenido, y para estas horas ya estaba bastante tocado.

¿Para qué carajo sonaba la alarma a las 23:50? Seguro que era para recordar algo... ¿pero qué?

Un hombrecillo pequeño terminó de envolver un paquete y lo colocó en una gran bolsa. Otro entró por la puerta y anunció algo así como que estaba todo listo, pero a él le costó entender porque su cabeza estaba muy enredada. Demasiado le costaba estar parado sin caerse, rascándose la panza (que, a propósito, era muy voluminosa). Pensaba, pensaba, pensaba... y nada. ¿De qué tenía que acordarse hoy, 24 de diciembre a las 23:50?

Miró hacia la puerta tratando de enfocar, para ver un montón de manchas. Se esforzó mas y puso toda su concentración en eso, para ver un montón de gente expectante a un gran acontecimiento. Estaba alucinando: Una graciosa criaturilla brincaba y tenía algo en la nariz... ¿un foco rojo? ¿Qué cuernos estaba viendo? Sí, sin duda estaba alucinando. Caminó hacia la puerta y todos esos hombrecillos pequeños aplaudieron celebrando y riendo, algunos tomados de la mano entonando una canción. En la pared había un uniforme rojo colgado y un par de botas, como si estuviesen prontas para ponérselas al salir.

Y allí estaba Papá Noel, desconcertado y borracho, a las 23:55. Dio media vuelta y se fue a dormir.

"El año que viene no le den tanta sidra", dijo la esposa, y Rudolf apagó su nariz







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