¡INSENSATO!

omo dice el viejo refrán: "Ojos que no ven, corazón agrandado."

La obra de Poe es de un contenido excepcional más que por su calidad narrativa, por la fuerza de su contenido humano. La capacidad de contar un relato no desde un ojo omnipotente ni desde una tercera persona cómoda y obesa, sino desde el alma o desde la psiquis de sus personajes. De esa manera nos enfrenta a nuestras más terribles verdades, y por eso nos aterra.

Indagando un poco en la vida de este señor (e irremediablemente en la mía) fue que llegue a la conclusión de que La caída de la casa Usher no es otra cosa más que una mirada al espejo.

En este mundo (sin duda hecho para tarados) pocas armas son tan bien aprovechables como la ignorancia. Con este elixir es que La Vela Puerca tiene adeptos y un comentarista de fútbol puede sentirse orgulloso. Ser un nabo es quizás el método más eficaz para conseguir la alegría. Por ende, la verdad suele causar los mayores escalofríos.


En los momentos de mi vida en que la estupidez movió con fuerza a mis células supe ser el mejor juez y consejero, supe tener lástima y babearme de soberbia. Con viento en popa di vueltas al mundo profetizando mi doctrina. Pero ahí estaban los espejos, ahí estaba la aterradora verdad haciendo el mundo plano, dejando caer a mis barcos en el abismo de la culpa.

Este sentimiento tan delgado y acosador es la estratagema más grande del escritor. Sus tres personajes, el huésped, Roderick Usher y Lady Madeline, no son otra cosa más que su ignorancia, su verdad y su culpa; en ese orden.

Lo que sucede no es nada nuevo en la narrativa de Poe. Pero creo que en este relato en especial, don Edgar logra un clima y un desarrollo de los acontecimientos casi monótonamente perfecto. Lo comparo a una gráfica en la cual la línea va subiendo en incógnita y miedo: con un comienzo acertado describiendo la casa, su estado de ánimo, o a él mismo, como prefiera el lector; un transcurso de los hechos en el que el ignorante comienza muy de a poco a traslucir la verdad y a su vez la verdad se deja distraer por el ignorante, y de esa manera llegar al punto más elevado de la gráfica: "La noche del séptimo u octavo día después de que Lady Madeline fuera depositada en la mazmorra..." Sobre esa noche voy a decir lo más valioso de ésta crítica: ¡Me cagué todo!

Luego, después de unas terribles mayúsculas, cae vertiginosamente la línea en la gráfica. De una forma avergonzada se derrumba la inocencia gansa. A nuestros pies los barcos vuelven a caer en el abismo o en "ese profundo y corrompido estanque que se cierra sombrío y silencioso".


D.H. Lawrence, refiriéndose a este relato, sostiene que debemos partir del principio de que todo hombre tiende a matar aquello que ama. Pero como dijo uno por ahí: "No quiero darme cuenta de nada. Y especialmente no darme cuenta de que no me doy cuenta de nada"








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