martes, 30 de septiembre de 2008

caiganlasfotos

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s probable que la imagen se deslizara desde una carpeta de lomo ancho y desteñido, mamotreto de cartón que sólo se encuentra ya en las repisas de algunos temerosos mortales para guardar con dos, tres, cinco ganchos metálicos lo que sea que haga falta preservar del o inducir al (pero esto nunca adrede) olvido. A veces sí, otras más y también menos, la fotografía se despega de una maraña de recortes, apuntes secundarios de la primera gran guerra, caricaturas de recreo, parodias de currículum vitae, entradas para un recital sordo y húmedo, chistes y frases chuscas borroneadas, un examen marcado con un 8 que alguna vez fue monigote o viceversa, rankings obscenos de todo calibre, tablaturas de tontos temas tristes, planes para vacaciones y más instantáneas que resisten cada vez menos el viraje hacia el amarillo patitiempo. De todas esas fotos se escapa una, que se tira con arte en remolino y aterriza sobre las manos, éstas se tensan ante el contacto con la lámina, que rebota entre las yemas haciéndolas bailar hasta que se aflojan previendo el giro de muñeca instantáneo. La foto queda atrapada por ambos índices y pulgares en un ángulo de 30 grados respecto del piso, elevada por sobre la cintura pero debajo del pecho para apoyarse en el ombligo si es que el encuentro invita a recostarse en un sofá o en el balcón a repasar las caras con su cara, a zamarrear el pedazo de film para sacarle algo de la vida pasada.

El botototo o la menigia se acurruca mientras pareciera que le agarra la nostalgia con guitarra acústica y locutora de FM cantando para la sopa o el seguro contra granizo... pero no, parece nomás (probable es que haya dejado la radio de la cocina prendida). Piensa...

Difícil darle charla a una imagen si a primera vista hay amor con el pasado. Las sonrisas son inamovibles, los gestos de alegría desbordantes, la mueca estrambótica lleva a reír y también preguntar si es Fulano o Mengano el que se deforma hasta hacerse irreconocible, los lazobrazos de amistad se estrechan de formas irregulares, los diálogos son un misterio o una burla, murmullos en el fondo de la memoria o stickers de mal gusto. Todo suma en la foto para pegar primero, seducir e invocar pensamientos felices por (a)hora. Mide...

Esa es su estrategia: un instante de whisky, aléjese y al volver ya son los momentos imborrables, también los recuerdos para siempre que hay que atesorar. Si se hubiera quedado con la foto en la mano unos minutos más también habría jurado que el viento que los había despeinado para la foto volvía a soplar entre sus dedos, pero esa certificación grosera de delirio nostálgico ya se la había ganado en el momento en que se levantó y empezó a revolver buscando en el mamotreto lo que quedaba de sus intentos de agenda telefónica. Mientras tanto, multiplica...

Arma el álbum, la colección, el tiempo pasa y el tiempo pasado se vuelve ese estúpido fantasma que habitó al botototo o la menigia y le indujo a organizar la estúpida reunión nocturna para el estúpido reencuentro (todo muy redundante aunque se omita el adjetivo). Allí se encontraron, con abrazos desaforados, miradas de asombro y pies-a-cabeza, voces vibrantes de volumen elevado y competencias breves para ver quién sabía con exactitud cuándo fue la última vez que nos vimos. El momento iniciático del rito se dilató hasta que llegó la última, tal y como era en el principio: tarde. La vigencia de una estrella, tituló el canchero con una risotada, y todos lo acompañaron, felices de haber comprobado entre ellos que en realidad nada cambia. Qué bueno verte otra vez. Ahora sí, despeja...

El botototo o la menigia se sumergió en la situación con entusiasmo aunque todavía habitado por el estúpido fantasma, el cual, satisfecho uno de sus caprichos, empezó a dibujar sobre los cuerpos las maliciosas proyecciones que la memoria tejió y guardó durante los años de separación. En el caso del botototo (firme detentor de la teoría evolucionista que proclama el avance de la fibra escoria sobre la fibra benigna en el cerebro humano) se trataría de unas parejas cuerpo-sombra de carácter temporal lineal. De esta forma él se hubiera sentado al lado de la más linda-acompañante y de cinéfila-madre soltera, y mientras intercambiaría chistes con revolucionario-empleado municipal (gran amigo de rockero-encargado de cibercafé, que no pudo cambiar su turno para venir), galán-golpeador de mujeres, niño genio-CPN, feminista-lesbiana y patovica-patovica, por nombrar a los que están en la arena que delimitan los sillones. El de la menigia ya es otro cantar, incluso en sentido literal, ya que los botototos no aprecian y a veces carecen de cualquier noción musical. Sus proyecciones tienen la subjetividad no como algo intrínseco sino como definitorio y central, algo que está en el pulso y la dirección de la tijera que recorta sobre las paredes (y también el techo cuando a alguno se le da por cruzar por delante de un velador). Sin mala intención, puede decirse que lo suyo sería una suerte de mirarse en el lago, a pesar de (o porque) al asomarse verá lo peor. Resumiendo, la menigia no tardaría en empezar a bromear a lo loco con quienes pudieran aproximar y detallar el número de recreos pasados en su compañía, hablaría dulce y comprensiva con aquellos depositarios de los Momentos Especiales, se disculparía por vigésima vez -como en una de sus fases adolescentes- con cada uno de los que maltrató o despreció en sus anteriores fases tan adolescentes y, obvio, sería indiferente (aunque siempre amable) con quien ni siquiera se tomó la molestia de parar dos minutos en la fiesta de graduación para confesarle lo mucho que sentía no haber podido llegar a conocerla mejor.

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