viernes, 10 de octubre de 2008

time

a realidad le golpeaba la cara, no podía creer lo que le había sucedido: El recital que tanto había esperado se había suspendido. Una crisis de nervios se estaba por asomar; lo digo porque el espejo reflejaba su perfil y yo veía cómo la venita esa que tenía en la frente se iba hinchando, su piel se tornaba rojiza y sus ojos se achicaban y amenazaban con explotar. "Airbag otra vez será, te compro una Barbie y seguramente se te pasa", le repetía a su hermanita menor. Salió de su pieza, bajó las escaleras, agarró dos bolsas de un supermercado, una de una tintorería local y un piloto viejo. Está de más decir que las bolsas del supermercado iban en las manos, la bolsa de la tintorería en el pelo y el piloto en la cintura, le encantaba mojarse, era su divertimento favorito.

En su mochila, protegida por sus senos ya que se la había ubicado debajo de su ropa, se podía encontrar, entre otras cosas no tan interesantes, elementos como: El libro Curiosidades de la Ciencia de Leonardo Moledo (en el que el autor cuenta que se puede pesar a los fantasmas, cuál fue el primer idioma, o por qué los chinos inventaron la pólvora y la brújula pero no inventaron las armas de fuego ni descubrieron América, entre otras cosas), un paquete de cigarrillos, un encendedor con forma de pene, un cuadernito en el que anotaba todas las cosas que le llamaban la atención (sólo tenía 4 hojas llenas), y dos CD's de Pink Floyd (The final Cut y Wish You Were Here).

Caminó exactamente 450 metros, contando las esquinas y cortadas, diagonales, puentes, avenidas y parques cruzados, y llegó a destino; al edificio medio viejo donde vivía Juan, en el 8º B. Y no, no es el de "Me llamo Juan" de Cris Morena. Tocó timbre y esperó 20 minutos, ya que Juan es un colgado y se toma ese tiempo en cerrarse la bragueta, esconder las Playboy de su infancia, poner la cafetera en "ON", encontrar las llaves, ponerse desodorante y bajar.

Más tarde llegaron dos personas desconocidas para ella, por lo tanto no importa ni su nombre ni su físico ni su nada; esta historia es de Juan y de ella, y de su hermanita, que luego de la partida de la hermana mayor decidió empezar a cantar "Amor de verano" una y otra vez, lo que originó que la madre de ambas sorellas rompiera el CD en exactamente 45 pedacitos, algunos de los cuales siguen perdidos entre la mugre de abajo de la cama mientras los otros intentan ser pegados por "La Gotita".

Una vez reunidos los 4, procedieron a poner uno de los CD que Almendra tenía en la mochila y, al compás de "Paranoid Eyes", empezaron a llenar la pipa de agua que Juan había traído de Israel en su viaje del mes pasado. Algunos minutos después, empezaron a sonar las típicas frases argentinezcas: "Uh, cómo pega", "Miraaaaa, siento que levito", o "Si le ponemos un palito en el culo al negro parece un bombón helado", entre otras cosas.

Pero Almendra estaba asustada. No le había pegado bien, o estaba experimentando algo más, uno de esos episodios que había dejado de tener hacía tiempo y que fueron los motivadores de explorar otras cosas como las que antes describí. Lo presentía. Cada vez estaba más cerca. Y de repente sucedió. El tiempo se detuvo. Juan quedó con la boca abierta despidiendo humo (que también quedó inmóvil). Los dos amigos quedaron con sus lenguas enredadas y un hilo de baba colgando. Ella intentó tocarlos y moverlos, pero nada funcionaba. Empezó a sentir un frío repentino, de esos que se sienten cuando estás acostado bajo 4 frazadas, 2 sábanas y la campera de cuero que te pone algún familiar para que no tengas frío, y te queda un brazo afuera, y te lo roza la brisa que anuncia una tormenta...

Una nube de humo negro se empezó a extender, tomando la forma de una persona con ojos verdes pero sin facciones. Ella lo miró fijamente mientras se iba acercando a Juan, pero no se desesperó, todo lo contrario. Cuando esa cosa que ella no sabía bien qué era casi alcanzaba a Juan, le gritó: "¡Todavía no! ¡Todavía a él no! ¡Vení conmigo!"

Durante 1 minuto y 53 segundos el humo la miró, y ella le respondió con la misma mirada.

Adivinando el movimiento de su adversario, Almendra utilizó sus brazos como escudo protector frente a lo que iba a suceder que no sabía muy bien qué era, y logró cubrir sus ojos, que eran los que oficiaban de mediadores entre toda esta escena y su cabeza.

"¡¡Almendra!!", gritó Juan. Y Almendra le contó lo sucedido pero, una vez más, nadie le creyó.

Hizo el recorrido a la inversa para volver a su casa, se tomó un café, y escribió la historia en el cuaderno. Ahora tenía 16 hojas en uso







No hay comentarios:

Publicar un comentario