viernes, 10 de octubre de 2008

cuentodecapitado

¿Tenés canuto?"

No era la pregunta que esperaba de mi esposa cuando volví del trabajo, sin embargo sobre la mesa había algo que me llamaba la atención. No por su color, ni su textura sino por el frío que emanaba. Era un frío raro, inexplicable, similar al de la piel cuando estoy medio entumecido --y lamentablemente no era un bistec recién sacado del freezer, como hubiera deseado. Lo que me esperaba dormido sobre la mesa era esa cosa que me perseguía desde hacía tiempo, primero en pequeños sueños que con el tiempo se convirtieron en pesadillas; pero ella que siempre me cuidaba y protegía lo había ocultado dándome un espacio de tranquilidad que esa noche abruptamente y sin premeditación fue cortado, haciendo de mí un hombre calculador y frío, alguien que yo jamás hubiese deseado ser.

Encontrar medio hijo con escarchas donde debiera estar el plato de mi cena fue demasiado para mí. En ese instante me di cuenta de que sus ojos negritos eran ahora dos puntas distantes que me hacían sentir la culpa y que sin duda alguna estaban siendo dominados por la necesidad de mi mujer, que todo lo pudo al estallar después de tanto tiempo de prohibición:

"Pero, ¿vender medio bebé?"

"Venderlo al peor postor. Al más barato..."

"Qué la tierra me trague y me escupa lejos", pensé. No sólo no comprendía nada de lo que sucedía, sino que tampoco quería hacerlo. Mi mente, mis ojos, todo lo que soy, se rehusaban a absorber el momento. Pero de repente el instante de lucidez vino con la misma rapidez con la que la tierra puede escupir. Me desmayé y tres días después volví en mí. Sabía que habían pasado tres días porque el aguatero se anunciaba a la puerta.

"Knock, knock"

"¡Señooora!"

El golpe resonaba en mi cabeza. El llamado también. Nunca me gustó el acento cordobés del aguatero. Me quise incorporar para atenderlo. Luego me preguntaría acerca de lo sucedido, pero por mi pasado sabía que no era conveniente levantar sospechas. Y en ese momento me di cuenta. Levantarme del piso me resultaba imposible. Mis piernas no estaban. Ahora eran dos globos... perdón, demasiado Comfortably Numb. La cosa es que no estaban, literalmente. No las tenía, tenía dos muñones, y no digo miñones de esos que venden en la panadería, lo cual sería gracioso porque me darían ganas de comérmelos, sino que hablo de dos muñones de carne, cicatrizados. ¿Cómo mierda se cicatrizaron en 3 días?

¡Es que no habían cicatrizado! ¡El tipo se había despertado drogado y golpeado, y la mujer no estaba y el medio hijo tampoco!

Es que nada de eso existía, salvo por los dos pelotudos que se inventan a un tipo con un medio hijo y dos muñones en vez de piernas







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