viernes, 3 de octubre de 2008

elobservador

n número cuatro...nunca me dijo mucho ese número. No tiene la imponencia de un uno, ni la gracia de un seis o un nueve. Un número carente de personalidad, se podría decir. Ni el cinco, un poco más abajo, ni el tres de arriba llaman mi atención tampoco. Sin embargo la aguja junto a ellos parece unirlos, atarlos de algún modo, formando un todo... un todo definitivamente más significativo que la suma de las partes. Lentamente, intento tener una percepción más general de la imagen...

Es increíble la acción de la gravedad sobre aquel objeto. Por más que lo miro no deja de sorprenderme. La rama que lo sostiene se me antoja una mano gentil manteniendo un frágil pétalo entre sus dedos... Recorro lentamente la escena. Cada una de las figuras tiene algo particular que atrae mi atención. No solamente por su inusual maleabilidad...

Comienza una acalorada discusión entre la percepción, que afirma que se trata de relojes, y el sentido común, que se rehúsa a aceptarlo y se planta firme de pie.

La voz incansable de la guía resuena en el interminable corredor blanco, repitiendo una vez más su rutina de elogios y explicaciones subjetivas de cosas inexplicables. "...uno de los mayores exponentes del surrealismo..."

Finalmente la percepción gana la batalla...definitivamente se trata de relojes...un tanto extraños, pero relojes al fin y al cabo. El de en medio de la escena es sin duda el más atrayente. Por algún motivo me resulta el más realista...y al mismo tiempo es lo menos parecido a un reloj que haya visto. Pero no es lo único. El objeto sobre el cual está reposando, extraño conjunto de pliegues y ondulaciones, capta toda la atención de la imagen...

La gente camina, creyendo saber que es lo que ve, creyendo poder comprender las vicisitudes de una mente desbocada. Se miran unos a otros, buscando a alguien con cara desconcertada a quien demostrarle sus "vastos" conocimientos.

Ahora el entorno despierta mi curiosidad... ¿Qué se supone que sea esa especie de plancha metálica?... parece a una suerte de mar encuadrado en un inusual marco... y ese extraño reflejo de las piedras sobre... ¿qué?.... ¿agua?... ¿arena?...

Finalmente tengo una imagen completa del cuadro. Veo la totalidad de la magia creadora del pincel y los colores dando forma a aquellos relojes que se derriten bajo el sol abrasador de un desierto de fantasía.

Algunas de las personas miran en mi dirección, pero me doy cuenta de que no me ven. Sus sentidos están enfocados en otra dirección. Pretenden ver algo que no esta ahí, pretenden ver más allá de lo que sus ojos les permiten contemplar... comprender cosas que su precario entendimiento no alcanza ni siquiera a vislumbrar.

Analizo nuevamente la imagen completa. Su efecto es mucho más impactante que el de cada una de las partes, pero aun así no puedo evitar que mi atención se desvíe hacia los detalles...y de nuevo al todo. Lentamente la escena comienza a atraerme... aquellos relojes me transmiten una sensación de movimiento única...extraña. Me da la impresión de que se deslizan...que se retuercen y doblan bajo aquel sol tácito. De repente siento la necesidad de tocarlos. De sentir esa ondulación bajo mis dedos, de acercarme y palpar la irrealidad del movimiento de lo inerte...

Destino toda mi voluntad a acercarme al cuadro... a recorrer el tramo que me separa de él... a atravesar el corredor...

Es inútil... ni siquiera una partícula de mi cuerpo se siente aludida...definitivamente ni el mejor cincel, ni siquiera en las manos más experimentadas, puede transponer la barrera de imitar la vida... desahuciado contemplo cómo una nueva multitud se reúne, esta vez frente a mi marmórea figura, al tiempo que la guía comienza por enésima vez su retórica sobre arte clásico...







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