miércoles, 7 de enero de 2009

The world is at her command

ace tres generaciones, los adultos se escandalizaban con las jovenzuelas alocadas que se ponían pantalones, una prenda de vestir para hombres. Hace dos generaciones, los adultos se escandalizaban con una música estruendosa, hecha por hombres con melenas de mujercita, cantando blasfemias que glorificaban el no defender a la patria con las armas. Mi generación no hizo gran cosa, la verdad sea dicha. Las cosas más llamativas que hacíamos eran simples versiones descafeinadas de lo que habían hecho nuestros padres en su momento. Debería darnos vergüenza, ahora que lo pienso.

Como sea, el escándalo para los padres de mi generación va a venir al vernos intelectualmente sobrepasados por nuestros hijos. Para los niños de hoy, ésta era digital no es parte de un proceso, como para nosotros; para ellos el mundo siempre fue así. Y, en una clara muestra de la adaptabilidad del ser humano, son capaces de asimilar las monumentales oleadas de información que reciben a diario prácticamente sin problemas.


Hace un tiempo tuve un debate con un par de maestras, en el que yo planteaba que estamos al borde de un crack generacional que va a ser catastrófico --ya está sucediendo, de hecho, y nos seguimos haciendo los estúpidos, poniendo pequeños parches acá y allá; pero tarde o temprano (y, mind you, va a ser más temprano que tarde) los parches van a ser insuficientes porque la corriente va a tener una fuerza capaz de llevarse la represa entera por delante: La cuestión es que los maestros no están preparados para enfrentarse a los niños de hoy. Lo que es peor, los que hoy están estudiando para ser maestros están menos preparados todavía; porque no están preparados para los niños de hoy, y sólo Dios sabe con qué clase de niños se van a encontrar cuando hayan recibido su correspondiente anillo de abejita. La escuela como la conocemos le está quedando chica a esta nueva raza humana.

Los padres de ésta generación sufrimos nuestro primer gran shock el día en que llevamos a nuestro primer hijo a su primer día de clases en el primer año de la escuela primaria. Allá fuimos con toda la intención de pedirle a la maestra unos minutos para hablar en privado porque, vea, no estoy seguro de que la escuela primaria “normal” sea lo que el nene precisa, tengo la firme sospecha de que el nene sea superdotado =O, fíjese que me lee y me escribe desde los tresaño --pero entonces nos cae el balde de agua fría en la cabeza al enterarnos de que el nene no es ningún genio, que es de lo más normal que lo’ nene’ de ahora ya lean y escriban a los tres o cuatro años.

Desde luego, uno a esa edad con suerte sí sabía contar hasta cinco; pero eso fue hace arriba de veinte años, doña, póngase al día.

En definitiva, nuestros niños son muy inteligentes -acaso brillantes en comparación con lo que éramos nosotros a su edad-, pero no son los intellektueller übermensch de su generación que nos gustaría creer.


Excepto mi hija, claro; que además de ser una entusiasta de la lectura al punto de que todas las noches se duerme con un libro en la mano, o de manejar la escritura, la escultura y la pintura con igual destreza, o de tener la danvinceana habilidad de escribir con la mano izquierda y usar el mouse con la derecha; dibuja al Submarino Amarillo por motu propio, en forma completamente espontánea, sin tener la menor idea de que alguien había le había dedicado un puñado de canciones y toda una película cuarenta años antes.

No voy a ser yo el que saque las conclusiones del caso porque eso sería insultar la inteligencia de mis lectores, Dios no permita. Del mismo modo, me voy a abstener de hacer cualquier comentario respecto al misterioso hombrecillo que aparece sobre el costado de la nave; no voy a pretender relacionarlo con el “Nowhere Man” ni voy a señalar cómo su caprichosa ubicación parecería al mismo tiempo recordar a un famosísimo episodio de la mejor época de The Twilight Zone (del cual Marcela tampoco tiene ningún conocimiento, desde luego).


I guess great minds do think alike, after all...







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