jueves, 29 de enero de 2009

Héroe

stoy en la casa de playa de Interlunio, son como las seis o siete de la tarde de algún domingo genérico de verano, y, antes de volvernos, decidimos fumar uno más para el camino.

Colgadísimo, me siento en el suelo y empiezo a jugar con una ramita de pinocha (FIXME: ¿se dice “ramita” de pinocha?), a darle vueltas y vueltas sobre sí misma y entonces observar su titánica -pero no muy fructífera- lucha por volver a su derechez original. Finalmente, el palito y yo llegamos a un consenso en la forma de algo así como dos espirales alargadas. De repente se me antoja que aquello parece un par de cuernos de carnero generosamente estilizados, y que yo soy de aries -algo que, por otra parte, jamás en la perra vida me significó nada-, y que una ocasión tan cargada de simbolismo cósmico amerita una ilustración que la inmortalice. Agarro mi fiel agenda/blog analógio (que es una forma ligeramente menos afeminada de decir “diario íntimo”) y una lapicera, y ésto es lo que sale ...

El Francés pone agua a calentar. Para preparar un mate para el viaje, supongo.

De repente, alguien comenta que hay fuego en la cocina. Por algún motivo, justo en ese momento la garrafa empezó a perder gas por la mismísima jodida válvula (en realidad debe ser por la manguera, a centímetros de la válvula), y se encendió una llama de un tamaño y una persistencia que no auguran nada bueno. Desde afuera, a través de la ventana, todos miramos la imposible llamarada que parece flotar como un espectro bailarín sobre la garrafa, como llevando a cabo algún tipo de danza ritual de apareamiento con la válvula. Nadie reacciona.

Pasan algunos minutos hasta que finalmente alguien –no sabría decir quién- resume magistralmente el pensamiento que ocupa todas nuestras mentes:

“Faaaaaaaaaa... eso va a explotar, bó....”

Ante la temible perspectiva de una explosión, por fin la Gata reacciona: Se cubre la cabeza con los brazos y sale corriendo en la dirección contraria, rumbo al cuartito del fondo, donde Interlunio -completamente ajeno a todo, en más de un sentido- está cambiando el disco (no recuerdo qué sacaba ni qué estaba poniendo). Al rato (quizás un segundo, quizás una hora) los veo a ambos salir caminando con gran tranquilidad.

“¿¡Le dijiste!?”, increpo, sumamente inquieto ante la impasibilidad que parecen exudar los dos.

“Sí, todo bien; ya le avisé”, responde la Gata con un tono que al parecer debería tranquilizarme, y con eso da por terminada la conversación.

Interlunio no dice nada. Ambos se sientan en un tronco, justo a tiempo para disfrutar de los primeros acordes del disco elegido.

“Pero el fuego sigue estando allá”, reflexiono para mis adentros, imagino que con el rostro desfigurado por una exageradísima mueca de incredulidad, quizás señalando hacia la cocina.

Al parecer soy el único que todavía piensa en el asunto, los demás están completamente absorbidos por la música (supongo que debe ser el famoso disco de Roger Waters, entonces). El fuego parecería tener una capacidad de atracción muy limitada entre fumones, incluso cuando es el augurio de una explosión inminente.

Finalmente, me armo de ese coraje inconsciente del que tiene los sentidos trastocados -empezando por el sentido común- y entro a la cocina. Velozmente me acerco a la garrafa y cierro la válvula, acabando con la amenaza en un final particularmente anticlimático.

Me gusta creer que esa tarde fui un héroe, pero nadie estaba lo suficientemente sobrio como para haberlo notado. Un héroe anónimo. Uno de esos que sostienen el mundo sobre sus hombros pero mueren en la oscuridad, sin que jamás se sepa de ellos. La historia de mi vida.

Vuelvo a salir, a sentarme en el suelo, a mi dibujo.

Desde algún lugar, lejos, afuera de mi cabeza, me llega la voz del Francés que pregunta a todos y al mismo tiempo a nadie:

“Che, ¿y el mate?”


Esa tarde, el Pelado escribió un críptico mensaje en mi agenda, una frase corta pero que claramente expresa un sentimiento que parecería oscilar entre un odio desafiante, incomprensiblemente agresivo y una culpa asfixiante, igualmente incomprensible. De tan incomprensible que era, no lo entendí. No entendí el significado del mensaje, y no entendí de dónde venían esos sentimientos tan encontrados y aparentemente tan fuertes. No entendí si alguno de los dos me tenía a mí como origen u objetivo, o si ambos, o si ninguno; pero en todo caso los había volcado en mi agenda. Algo tenía que significar. Meses después, me enteré de que ese día se cumplían un par de semanas de la primera vez que se había encamado con mi novia.

Ahora ya no me drogo. Ni tengo amigos







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